El director del
colegio veía como las notas de los alumnos en la selectividad no eran del todo
buenas, y rápidamente llamo a su equipo. Se le notaba nervioso, su
profesionalidad estaba en juego. Su discurso fue corto pero directo. Tendrían
que apretar mucho más a los estudiantes “pequeños” para garantizar que llegaran
con más nivel conforme crecieran. Los miembros de su equipo se pusieron
nerviosos y hablaron con los coordinadores de curso y así uno tras otro fue
pasando y descargándose la presión. Eso hizo que un profesor tras otro llegara
ese día a clase con más fuerza, y con la intención de poner más deberes. El
niño lo anotó en la agenda, tenía deberes de castellano, inglés, matemáticas y
ciencias. Y llegó a casa, sobre las 5,30 se puso a trabajar, como bien podía y
sabía, solo y a veces con la mirada dura de sus padres que veían sorprendidos y
agobiados la cantidad de deberes que traía. El profesor le había dicho que eran
10 minutos de cada asignatura. La realidad era muy distinta, pues aparte de los
deberes tenían exámenes cuatro de los cinco días de la semana siguiente. Los
padres comenzaron a estresarse, y algún grito se escapó. El niño, a su modo,
hacía los deberes, pero también era consciente que esa tarde ya no jugaría, además
sabía que pronto le llamarían para la ducha, la cena y a dormir. Y el fin de
semana le tocaría estudiar para prepararse los exámenes. Y es que al final, el
niño se estaba estresando, no jugaba apenas, y de vez en cuando hasta
contestaba a sus padres, cosa que no había hecho antes.
Dos ideas principales deberíamos tener en cuenta ante esta
situación que parece se está generalizando:
1)
Hemos aprendido
de la empresa, de su jerarquía y de cómo solucionar los problemas mediante
la presión. Normalmente es el empleado quien la sufre, en nuestro
caso el propio niño. Pero si en la
empresa no funciona cómo pretendemos lo haga en educación. Muy simple, es el
recurso más fácil y menos complicado. El miedo y la presión como estrategia
a corto plazo pero obviamente no como solución. Tal y como dice John Jerrin en
su entrevista
al diario el mundo “a los niños se les machaca para lograr buenos resultados.
Habría que tener en cuenta las consecuencias negativas que puede tener el hecho
de que los colegios estén demasiado obsesionados por quedar bien”. (El Mundo,
16-10-2015)
2)
Si ya hemos hecho que los horarios de los niños sean los laborales, aspecto este que en sí es
una aberración intelectual y ética. No podemos pretender equiparar los estudios de un niño con los largos e improductivos horarios laborales españoles. Obviamente se deben dar soluciones a la
conciliación, pero no jugando con la educación que es el mayor bien de nuestro
país a medio y largo plazo. Existen muchas alternativas viables, otra cosa es
querer afrontarlas.
De hecho, un estudio
reciente de la OCDE, Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económicos (que no deja de llamar la atención que sea este organismo
precisamente quien hable de educación), dice que en la medición del bienestar
del 2015 los niños y adolescentes son los que más satisfechos están con sus vidas pero se sienten muy estresados con los deberes que les
mandan en el colegio y en el instituto. De
hecho, el 20,7% se sienten muy
presionados por las tareas escolares. Y es que de nuevo tenemos dos
aspectos a tener en cuenta:
1)
Si las competencias
de las personas y los profesionales tienen tres vértices (conocimientos,
habilidades y actitudes), seguimos centrados en solo una parte concreta
del conocimiento que es la información, y más concretamente desde su
memorización que no comprensión. La
información no es conocimiento, el conocimiento se genera con una habilidad
de lectura y compresión y una actitud abierta y crítica ante la información. Y
seguimos empeñados que el niño recite y repita, algo absurdo en la sociedad de
la información que vivimos. Necesitamos niños maduros y capaces de establecer aprendizajes de vida desde las
diferentes técnicas de estudio y sistemas pedagógicos. De hecho, sería muy
deseable que los niños estudiaran más tiempo en el colegio, y que no solo
asistieran a clase, pues la asistencia no garantiza el aprendizaje. Y además
sería deseable que se les enseñara “con profundidad” las diferentes técnicas de estudio para su aprendizaje,
no es lo mismo estudiar matemáticas que naturaleza ni inglés. No podemos
descargar esta tarea a los padres ya que es una tarea pedagógica, y aparte dependería del nivel de estudios de los
mismos y el tiempo de calidad que le pudieran entregar, y eso no sería una
educación muy poco democrática y solidaria. El aula no es un recipiente, es un espacio dinámico de vivencias y
experiencias. Necesitamos cambiar “el
chip” de la dirección escolar y sacar lo mejor de nuestros profesores que son grandes
profesionales, pero en potencia, porque bajo presión no funciona nadie.
2)
Deberíamos darle una vuelta completa a nuestra
educación, pues es más importante que el niño aprenda a tomar decisiones e
iniciar proyectos solidarios y sociales, que comprenda sus emociones y las de
sus compañeros y pueda gestionarlas, que comprenda como funciona su cuerpo y su
mente desde la vivencia, que aprenda de salud, alimentación y de su entorno
pero de un modo práctico, experiencial y vivencial. Si facilitamos su madurez
el aprendizaje vendrá por él mismo. Y es que no estamos formando niños maduros sino niños dependientes de la
aprobación y del examen, niños sumisos a un sistema que no sabe muy bien cómo
tratarlos y que solo sabe que evaluar y penalizar. Pero poco sabe de la gestión
de las fortalezas del niño y de sus inquietudes y anhelos. La política y dirección
escolar, en muchos de los casos tres o
cuatro generaciones por encima de los niños que pretenden educar, y por lo
tanto ajenas a su realidad mental y de estilos de vida, debería poner en duda su status quo totalmente y asumir la gran y grave responsabilidad
que tiene.
Por todo ello, necesitamos re-pensar y re-inventar la educación en nuestro país, porque me
gustaría que cuando esos niños llegaran a mis clases en la universidad
pudiéramos hacerlo desde otra dimensión más de adulto a adulto, y comprendiendo que los actores son ellos, son ellos los que vienen a aprender y no a aprobar, son ellos los
que quieren esforzarse por su especialización y su mejora como persona y profesional. Y que no son solo individuos que
van a ir a un mercado. Son talentos en potencia, que tienen por
delante muchos años de sus vidas para seguir profesionalizándose y aprendiendo.
Son ellos los que eligen su vocación y los que tienen la responsabilidad, desde
la madurez, de perseguir sus talentos.
Con la educación no se juega y sí con los niños…
1 comentario:
Me parece muy acertado el análisis. Yo añadiría el hecho de que la mayor parte de los niños tienen extraescolares casi a diario. Eso es culpa de los padres que, quizás ante la imposibilidad de conciliar, alargan in extremis la jornada lectiva de sus hijos.
Publicar un comentario