¿Quién no desea la felicidad en su vida? Bajo esta premisa,
el ser humano dedica gran parte de su tiempo a “intentar” ser feliz, pero muy
pocos lo logran. Quizás porque algunos lo son sin saberlo bien y siguen
buscando, y otros porque en el camino se despistaron por el camino del consumo
de bienes y posesiones como principal sustento de su “aparente” felicidad. Pero
¿cómo definirla para comprenderla? Algunos de nuestros principales sabios nos
dicen que precisamente la mejor manera de definirla es su no definición sino su
sentimiento, quien está dentro sabe lo que es. Pero ¿cómo encontrarla? ¿existe alguna clave? En
este sentido si recurrimos a D. José (Ortega y Gasset), mi personal guía en
muchos aspectos filosóficos, nos dice “el hombre es una entidad extrañísima que
para ser lo que es, necesita averiguarlo”, y distingue entre ocupaciones
trabajosas y felicitarias. Estas últimas que son las que nos interesan vienen
guiadas por una “vocación general y común a todos los hombres. Todo hombre, en
efecto, se siente llamado a ser feliz, pero en cada individuo esa difusa
apelación se concreta en un perfil mas o menos singular con que la felicidad se
le presenta”. Por ello acaba concluyendo que la felicidad es “la vida dedicada
a ocupaciones para las cuales cada hombre tiene singular vocación”.
Pero mi
querido D. José, ¿cuántos de nuestros amig@s y compañer@s se dedican a su
vocación? Quizás por lo tanto, esta podría ser una primera clave para
comprender que la felicidad se encuentra alineada con aquello que es nuestra
preferencia en nuestras acciones. Cuanto más alineadas sean nuestra prácticas
diarias de trabajo, ocio, relaciones, etc… más posibilidades de atisbar los
rayos misteriosos y pasajeros de la felicidad. De hecho, de modo más concreto
Ortega y Gasset dice “la felicidad que sentimos es directamente proporcional a
la cantidad de tiempo que pasamos ocupados en actividades que absorben
completamente nuestra atención”.
Pero saliéndonos de la mano de D. José y buscando más guías,
Gandhi nos dice que “la felicidad es cuando lo que piensas, lo que dices y lo
que haces están en armonía”.
Lo que está claro es que en esta sociedad del tener y no del
ser, de consumir y no de vivir o experienciar, es precisamente el progreso
material y el bienestar económico el que marca la pauta de lo que muchos
entienden como felicidad. Sin embargo, esta felicidad efímera obtenida del
consumo de bienes y su posesión, para nada arraiga con las raíces de la
felicidad que está en nuestro interior, Séneca decía que “si quieres hacer feliz
a una persona, no le añadas bienes sino réstale deseos”, así también Comte nos
dice que “la verdadera felicidad humana depende del progreso moral” y el
filosofo Juan Finot, en su libro de 1966 sobre la ciencia de la felicidad nos
añade que “la felicidad consiste en gastar sabiamente nuestro tesoros morales”,
seguramente alguien olvido eso de morarles y se quedó fijo con la búsqueda de
tesoros materiales. De hecho, sigue este filósofo, “la felicidad es la hija de
nuestra voluntad”.
Por lo tanto, cuando alcanzamos o creemos tocamos levemente
la felicidad, nos sentimos transportados a un sentimiento profundo, cargado de
esperanza y de apertura hacia todo nuestro entorno. Esto aplicado al mundo
laboral es lo que Mihaly Csikszentmihalyi denomina el fluir personal y que
tanto han estudiado nuestros científicos como Seligman, o Daniel Gilbert (U.
Harvard) o Daniel Kanheman, premio nobel de economía y psicólogo de la
Universidad de Princeton.
Si ante todo lo que hemos analizado seguimos defendiendo el
gran poder de nuestra voluntad y pensamiento sobre la felicidad, es decir, el
hallarse dentro de nosotros y no fuera, ¿cómos seguimos de modo obsesivo
buscando las pistas fuera? Mafalda en una de sus grandes preguntas dice “Buenos
días señor, vengo a que me haga la llave de la felicidad”. No sé si la podremos
encontrar esta llave en uno de nuestros comercios de barrio o en un centro
comercial pero lo que si sé es que como dice Gracian “todos los mortales andan
en busca de la felicidad, señal de que ninguno la tiene. Ninguno vive contento
con su suerte”. Esto ya entronca con nuestro concepto existencial de cómo
llenamos nuestro vacío vital y cómo estructuramos nuestros deseos, y esa sí que
es una decisión personal e intransferible. Seguro que alguno, como Groucho Marx
me dirá que esto son palabras y otra cosa con los hechos “hijo mío la felicidad
está hecha de pequeñas cosas: un yate pequeño, una mansión pequeña, una fortuna
pequeña…”. Más allá de estas ironías, quizás podríamos intentar enfatizar cinco
áreas que nos pueden hacer más porosos al suave roce de la felicidad:
1.
Coherencia sosegada y autenticidad personal
2.
Vinculo del individuo con la sociedad, somos
seres sociales.
3.
Vincularse a proyectos vocacionales y a la
gestión propia del talento
4.
Gestionar y vivir las emociones de modo
equilibrado
5.
Vivir el hoy con voluntad y desde la acción y
vivencia.
No sé si estas son las claves o la llave que pide Mafalda,
lo que sí se es que la felicidad es y será el motor más potente que existe en
la humanidad. Por eso es un asunto serio que deberíamos afrontar, porque ¿quién
no quiere ser feliz? quizás como dice Finot, "hay que enseñar la felicidad como se enseña la gramática".
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